Manuel Fernández Jiménez muere en la carcel de Albocàsser

Muerto bajo custodia policial víctima del antigitanismo

Manuel Fernández Jiménez, gitano muerto bajo custodia policial víctima del antigitanismo

Castellón - 27/01/2018 

Por: Cale Amenge

“¡Que no se callen, que no se callen! ¡Que hagan lo que tengan que hacer! ¡Que la gente no tenga miedo de hablar! ¡Queremos justicia por mi sobrino y por todos los demás!” Estas fueron las palabras de la tía de Manuel, en su angustiosa denuncia, liderada valientemente por la propia familia del fallecido, a causa de la mortal injusticia cometida contra la vida de su sobrino. Manuel Fernández Jiménez era un joven caló de 28 años recluido en régimen de aislamiento en la cárcel de Albocàsser, Castellón. Días después de hablar por teléfono con su madre, un funcionario de prisiones que nunca se identificó llamó a casa de la familia para comunicarles, simple y ramplonamente, que su hijo había muerto. Su hijo, un joven que gozaba de extraordinaria salud, estaba muerto, sin más. No dijeron la causa. Aquel funcionario se limitó a proporcionarle a la madre del muchacho el número de la funeraria en la que se encontraba el cuerpo sin vida de Manuel.

Lo que creen que un gitano del gueto sabe

La ancestral violencia del anti gitanismo no ha dejado de cebarse. El lenguaje políticamente incorrecto del racismo estructural desarrolla una jerga y una cultura simbólica claramente reconocible en el discurso mayoritario, aún cuando este no es explicitado. Un gitano del barrio es percibido, fundamentalmente, como un ser desechable, prescindible. Desde muy pronto, la inmensa mayoría del profesorado se desentiende de él, lo mira con miedo y lo abandona por perdido porque su mente, al igual que su cuerpo, es desechable, prescindible.

Hablemos claro, no hay nada que esperar de él, salvo problemas, por lo tanto lo único bueno que puede ocurrir es que deje de asistir a clase o que se atrinchere en su pupitre de silencio, indiferencia y apatía. Más tarde, una gitana de barrio es, fundamentalmente, la gallina de los huevos de oro para los servicios sociales, un tierno entretenimiento para los recién licenciados trabajadores sociales; una fuente de ingresos para los animadores socio culturales con sed de experiencias exóticas al interior de su propio mundo; una diana móvil para la policía. Un gitano del gueto es carne de cañón para la industria penitenciaria. No hay nada de lo que se pueda hablar con él, nada que arreglar, nada que aclarar, si no es para ser domesticado y convertido en un ejemplo público del buen hacer social del Estado. Solo entiende el lenguaje de la advertencia, del miedo, de la violencia o el lenguaje de las migajas. Una gitana del gueto no va a reclamar nada a la justicia porque la teme. Una gitana del gueto sabe que la justicia no es para ella, que la ley no le protege. Los protectores de la ley saben que una gitana no merece protección alguna, sino, en todo caso, un sano castigo ejemplar. Un gitano de barrio es definitivamente culpable. Acorralado en el gueto, ha aprendido a sobrevivir en un mundo hostil hacia su familia y sus semejantes. Se sabe sospechoso, sin credibilidad, y todos los esbirros del sistema racista lo saben.

La despreciable baza del victimismo

Algunos lo llaman “victimismo”. Miran, desde arriba, y, con una mueca de desprecio pronuncian la palabra: “victimismo”. Se ha puesto de moda, en cuanto cualquier racializada de abajo decide hablar sin tapujos y denunciar el racismo con contundencia, conjurar, desde el campo político blanco, el fantasma del victimismo. Pero es una suerte extraordinaria. Podemos ver ahí una buena ración de la buena conciencia occidental que a los españoles les gusta tanto evadir; podemos ver entonces en qué se parecen tanto los payos de izquierda y derecha: en su profundo complejo de culpa. Hasta el momento, el racismo en este territorio era cuestión de buena o mala intención, de derechos humanos, de retóricas oenegeristas y de proclamas morales. Hasta entonces, todo estaba bien.

No obstante, ahora, ante los despuntes de crítica organizada y frontal, una buena parte de estos radicales anti capitalistas resultan ser puros burgueses en lo que respecta al racismo: “No, esa no es la manera correcta de denunciar lo que está ocurriendo, nosotros os enseñaremos el camino”, “No, eso no es racismo, es paranoia, susceptibilidad, victimismo. Nosotros os enseñaremos lo que es el racismo”. Reaccionan de la misma manera que los adalides de la derecha conservadora lo hacen ante sus denuncias y sus intenciones de transformar la sociedad actual; saltan como cohetes, con la misma pasión que los liberales a los que acusan, con la misma condescendencia, con la misma prepotencia mediocre. Sin embargo, comparten algo con ellos: el complejo de culpa racial. Por lo tanto, cuando ellos dicen “victimismo”, nosotros leemos: “complejo de culpa”.

La valentía romaní: lo que realmente saben los gitanos

La familia de Manuel Fernández Jiménez ha sido subestimada y despreciada, como lo es cualquier familia gitana del barrio. Las administraciones responsables de esta injusticia cometieron el grave error de ningunearlos. Los funcionarios de la cárcel de Albocàsser y el Forense encargado de la autopsia de Manuel −responsables directos del esclarecimiento de lo que le ocurrió en realidad− enviaron a la familia, después de que ésta exigiera explicaciones, fotografías del cuerpo de nuestro primo. Mostradas por los Fernández Jiménez a TV, tales fotografías, en las que debía apreciarse el cuerpo del difunto, solo mostraban, sin embargo, una impenetrable e insultante oscuridad. A la llegada del cuerpo, los responsables de la funeraria solo permitieron a los padres ver la cara de Manuel, manifestando al mismo tiempo extrañas prisas por enterrar el cuerpo y negando a los allegados del muchacho la posibilidad de velarlo. Ante ello, la familia luchó, a pesar de la resistencia de los trabajadores de la funeraria, por ver el cuerpo y encontró algo terrible. La cara de nuestro primo, con la nariz rota, con extrañas marcas en la barbilla y en la frente, no era la cara de un hombre cuya causa de fallecimiento era “muerte súbita”. Tras ver el cuerpo entero de su hijo encontraron mordiscos, arañazos, cicatrices y moratones; las muñecas y los tobillos amoratados, las uñas destrozadas: “El cadáver tenía síntomas evidentes de haber sufrido supuestos maltratos y torturas como son marcas de cuerdas o correas que pueden acreditar que fue atado, mordiscos y signos de haberle sido inyectado en el pecho adrenalina. En las uñas tiene signos de haber tratado de defenderse o de haber sido arrastrado por el suelo” . Al recurrir y exigir una segunda autopsia, el juez responsable la denegó. Tras el recurso de apelación, la familia de Manuel espera los resultados de la autopsia final –que según los funcionarios de prisiones, puede tardar en llegar meses− y hacen todo lo posible para que el caso no se silencie a pesar de que las autoridades decidieron enterrar a Manuel haciendo oídos sordos a las exigencias del abogado de la familia. La Asociación de Gitanas Feministas por la Diversidad –única asociación gitana del Estado español que se ha movilizado públicamente para apoyar a la familia−, la Coordinadora contra la Represión de Murcia, Familias frente a la Crueldad Carcelaria y Convivir sin Racismo mantienen la llama viva de lo sucedido para que se haga justicia.

Los crudos rostros del racismo estructural

¿Cuántos jóvenes gitanos y gitanas, desde hace décadas, son carne de cañón para el sistema penitenciario del Estado español? ¿Qué relación guarda esta cuestión con la construcción de los guetos, con la realidad de las escuelas segregadas o con la violencia policial que asedia, no solo a las familias gitanas, sino las comunidades racializadas que sobreviven en el territorio desde el que escribimos? He aquí parte indiscutible de las consecuencias materiales más visibles de aquello que denominamos “racismo”. La muerte de nuestro hermano Manuel es un síntoma de la podredumbre del sistema racista que impera en esta sociedad desde hace 500 años.

No hay ni un solo cuerpo racializado magullado, maltratado, golpeado y muerto en las cárceles españolas, en las comisarías de policía, en los barrios, en los CIE, en los institutos y colegios del Estado que no responda a esta perversa y arcaica lógica estructural desde la cual, las vidas de aquellos que, en el mapa de las identidades racializadas ocupan el más bajo eslabón, no merecen ser vividas.

La muerte de nuestro hermano Manuel nos vuelve a poner en contacto con el rostro más crudo del antigitanismo que combatimos, con el racismo que intentamos analizar, localizar, destruir. La muerte de Manuel nos conecta con muchas otras muertes silenciadas, olvidadas que apuntan a la injusticia de todo un sistema que está construido contra nosotros. Manteniendo el recuerdo de Manuel Fernández Jiménez vivo, funcionando como altavoces de lo que su familia exige, de su dignidad incontestable; abrimos, una vez más, la puerta a los rostros más crudos del racismo moderno… Justicia para Manuel Fernández Jiménez, preso gitano. 

Fuente: El Asalto

FEDERACION MARANATHA - MUNDO GITANO